Por Karen Moe.
Traducción de español por Habacuc Morales.
Sylvia Fernández siesta de verano 50 x 52 cm. Óleo sobre papel, 2021.
Me encanta hablar con los pintores.
Y escribir acerca de ellos, también. Esto no es sólo porque no tenga idea de cómo pintar; es un misterio para mí personalmente cómo se combinan el trazo y el color para crear epifanías visualizadas; se debe primordialmente a que hay un misterio en la pintura que seguido es descrito por los pintores mismos donde, una vez instigado por el artista, la pintura pronto existe más allá de su alcance, incluso mientras está siendo pintada. Sylvia Fernández es tal pintora.
“Pintar es como enamorarse”, me dijo Fernández durante nuestra entrevista en el otoño del 2020. Como cuando dos amantes se encuentran por primera vez, la intensidad de la fresca pasión tiene una efervescencia que se siente durará para siempre: la conversación, la curiosidad, el hacer el amor es eterno en ese momento. Entonces, la vida de la nueva pintura, ya con aliento, está en un constante diálogo con sus artistas/amantes y, como cuando está encantada con un nuevo amor que mágicamente la ha convertido en la criatura más impresionante, en palabras de Fernández: “te sorprende continuamente”.
El posmodernismo y sus escuelas de arte del siglo XX que promulgaron el reinado del concepto es el contexto del que emergió Fernández en la década de los noventa. El conceptualismo posmoderno, con su estricta escritura de premeditación, era la antítesis del enamoramiento.
“Cuando estudié”, me dijo, “la idea era tan importante, el arte conceptual, la forma en que va a ser al final, cómo lo ves, todo era tan lineal”. Para ella, por otro lado, una vez que la pintura ha surgido de su psique y de su vida vivida, no tiene idea de lo que le depara el futuro. Y no importa. El destino es la última cosa en su cabeza.
“Confío en el proceso más que en nada”, dijo, la vida del trabajo. Su arte nunca está quieto; la praxis es la pintura y nunca está constreñida por ninguna intención futura.
*
Sylvia Fernández: Es como un pulso, es como un ritmo. De repente estás en él y sólo te vas. Con la pintura, simplemente lo empiezas y no sabes a dónde vas y realmente me sorprende la forma en que funciona. No sé si es bueno o malo y no me importa. Es como si te sumergieras en él y no te detuvieras. Te lleva lejos a otro lugar, a algún lugar donde realmente te sientes bien. Y no es sólo la forma en que te hace sentir. Es donde terminas. Encuentras algo de lo que nunca fuiste consciente.
Sylvia Fernández Conversación 18 100 x 70 cm. Óleo sobre lienzo, 2019.
Sylvia me contó una historia sobre un gato.
Un gato que comenzó como su no gato y luego se convirtió en su gato y luego no volvió a ser su gato.
Ella siempre empieza con un paisaje. La artista crea un mundo que llenará—o que se llenará solo—con lo que sucederá a continuación. Este mundo que ella ha creado está a la vez aquí y no aquí y le dice a la artista qué hacer después: “la pintura espera a la imagen” dice la pintora.
“Entonces sucedió algo allí”, relató Sylvia sobre uno de los mundos que ha pintado, su recuerdo tan vívido que era como si estuviera señalando un lienzo lleno desde hace mucho tiempo. “Recuerdo que empezó con todos estos colores azules y este horizonte. Y de repente, necesitaba un animal… hay un animal… va a haber un animal ahí”, lo siente y lo sabe. “Pero no sé realmente cuál o qué o si está aquí todavía en la tierra ... tal vez un animal extinto. Luego comencé a investigar sobre gatos”. Encontró al Thylacinus Cynocephalus, el lobo-tigre de Tanzania que se reportó se había extinguido en la década de los 70s: “y se metió en mi pintura”.
Como si sus pinturas fueran a la vez de su mundo y no, lo desaparecido regresa y es invitado—o se invita a sí mismo—al mundo de su pintura. “Estoy conquistando un espacio al que pertenezco y no lo entiendo del todo”, me dijo Sylvia.
Pero, “¡el gato se volvió tan fucking agresivo!” Ella exclamó. En respuesta, ella regreso a su mundo literal, buscó consuelo en este cuadro que se había vuelto en su contra y fue a caminar a la playa.
“Este no es mi gato”, aprendió mientras caminaba de regreso al teatro de su estudio. A pesar de que el gato todavía estaba físicamente allí, todavía era una figura pintada en la pintura, esto era todo lo que ahora era. Ese gato que había entrado en el cuadro ya no estaba.
¿Por qué el gato se volvió agresivo? ¿Por qué lo que la artista necesitaba, lo que ella había buscado, de repente se volvió en su contra? O, ¿por qué se volvió en su contra? Estas preguntas son retóricas, por supuesto: es la pregunta la que contiene la respuesta y la respuesta es incontestable ya que la pintura es tanto del artista y luego no y luego sí y no, una relación ondulante que construye una tensión con lo que es, lo que pensamos que es y lo que creemos que sabemos y, como cuando la pasión se rasga en tumulto, de repente: no es.
La pintora se deshizo del gato ...
Sylvia Fernández Conversación 8 150 x 150 cm. Óleo sobre lienzo, 2019.
Sylvia me contó la historia de su abuela y su gato.
Cuando conocí por primera vez a la abuela de Sylvia en el Salón ACME durante la Art Week México 2020, pensé que estaba muerta. La conocí en la serie de cuadros que están basados en ella, Conversaciones con Carmen, que se exhibió en el stand de la Galería del Paseo de Lima. Las pinturas, las conversaciones, tratan sobre la memoria y la pérdida. Asumí erróneamente que se trataba de una pérdida final, un final absoluto, en oposición al proceso de perdida, en términos de la esencia de la vida como una desaparición. Supuse que la vida se había acabado. Descubrí que sucedía lo opuesto:
“Quiero irme. Me quiero ir”, dice la abuela de Sylvia. “Tengo cien años. Quiero irme. O sea, ¿qué estoy haciendo aquí?”
“Es como si mi abuela estuviera desapareciendo todo el tiempo”, me dijo Sylvia y, cómo su abuela está atrapada en su cruce del umbral entre la vida y la muerte, se queda ciega. Como el gato de la pintora en el sofá que acaba de regresar de la extinción, su historia continúa mientras termina y el gato y el pequeño tigre y la abuela se superponen en los paisajes del imaginario de la artista. “Mi abuela siempre está diciendo: Ojalá pudiera verte…”
La pintora vuelve a su estudio y pinta a su gato. “Ella no tiene ojos. No podía pintar sus ojos”.
Sylvia Fernández Conversación 20 200 x 200 cm. Óleo sobre lienzo, 2019.
Sylvia me contó la historia de cómo el rosa puede ser negro.
En la Lima de principios del siglo XX, su abuela era uno de los niños que flotaban. Ella era una de las blancas con sus mejillas delicadamente rosadas y su piel de color de fina porcelana. Y, aunque la esclavitud fue abolida en Perú en 1854, ella fue una de las niñas privilegiadas que fueron criadas por niñeras negras. Ella se mantuvo pura en su decencia Conquistadora.
Cuando vi Niña por primera vez, no pude dejar de mirarla. Y me refiero a mirar. No sólo viendo. Mirando fijamente. Es hermosa y terrible. Me hace feliz y me horroriza. Quiero comerlo y quiero vomitarlo. Así que no puedo dejar de mirarlo. Pintado en la, a la vez minimalista y decadente, paleta de Fernández (aquí: pudín rosado en combinación con un negro impenetrable), las amplias pinceladas de lo que sentimos como carne pulsan hacia afuera en las nítidas demarcaciones de las figuras. Hay una liberación y un enclaustramiento; las figuras envueltas son fantasmas y hadas. Mirando sin rostro hacia adelante, son nadie y todos.
Nunca hubiera adivinado la verdad de que la artista pintó frente a lo que luego supe que era una cortina donde las vidas canceladas se ponen al frente de una representación cultural. Y ciertamente ese no es el punto: saber exactamente qué y por qué, ese es el punto. Los orígenes vividos de todo arte no son más que piedras angulares que, una vez vividas en el lienzo e impulsadas por la pasión en la pintura, se expanden más allá de sí mismas, hacia la psique de quien se toma el tiempo para participar en actos de presenciar donde sentimos algo de nosotros mismos en lo que no necesariamente sabemos.
Como explica Fernández: “hay algo misterioso en la pintura y cuando te conectas con ella. Puedes sentir sólo un poco de lo que tal vez estaba sintiendo el artista que pintaba o puedes sentirlo en ti mismo y de repente te hace reaccionar. No sabes de qué, no conoces la historia detrás de eso, no tienes ni idea de lo que está pasando. Pero siempre que el espectador se deja llevar y es capturado por una pintura y la pintura se lo lleva, es como magia. Es como una síntesis de una balada, como con mi abuela y la historia que tiene dentro”.
Sylvia Fernández Niña 40 x 35 cm. Óleo sobre lienzo, 2017.
Sylvia Fernández: Niña empezó con una imagen real. Había un fotógrafo llamado Eugene Courret. Era un fotógrafo de la familia. Era francés y tenía su estudio en el centro de Lima, una cosa realmente snob. La gente iba y tomaba fotografías de sus familias. Pero no había forma de sostener al niño pequeño porque el niño simplemente se escabullía. Este es quizás un niño de seis meses. Entonces tomaban esta cortina negra y la ponían detrás del niño pequeño y la niñera negra sostenía al bebé. Cuando ibas a tu sesión de fotos, levantaban al niño y flotaba. En mi pintura, quería rescatar a esa niñera así que puse una cortina rosa detrás de ella. Y habla de las mujeres y de la forma en que nos vemos unas a las otras y de la esclavitud y de Lima y sus complejidades sociales. Y entonces mi abuela, en cierto modo, era esta niñita. Esa es mi herencia.
Karen Moe: Entonces tu abuela era de las clases altas. Ella era uno de esos bebés que sostenía la niñera negra.
SF: Sí, sí, exactamente. Y ahora, en sus últimas conversaciones, se arrepiente tanto, de tantas cosas relacionadas con eso y la forma en que era. Es como si se estuviera despidiendo de todas estas cosas en las que ella creía tanto y de repente ya no cree. Está en otro estado y no puede creer que alguna vez se haya sentido así.
KM: Wow. Entonces ella ya no cree en su vida.
SF: Ella cree en el amor. En todo el amor presente en su vida. Adora a sus hijos y nietos y yo no sé nada de mi abuelo. No sé cómo se siente por él, si todavía lo alma. Tenían una buena relación, pero ella no era el centro de su vida de alguna manera. Permitió que sucedieran tantas cosas y no dijo nada. Era una época en la que permitías que pasaran las cosas porque eres mujer y eso es lo único que tienes que hacer. Y así todo se derrumba, a pesar de que ella es amada y cuidada. Pero es que puedes ver y puedes escuchar a través de ella ... a través de su voz y la forma en que habla del pasado, hay un vacío real. Para mí, este fue un punto de partida para Conversaciónes con Carmen.
KM: Entonces, ¿qué crees que instigó este cambio en ella?
SF: Estaban vendiendo la casa de la familia y mudando a mi abuela al edificio de mi madre, a un apartamento. Cuando comenzó la mudanza, muchas cosas comenzaron a salir de los armarios y comenzaron a salir de su mente y su boca, y ella comenzó a hablar sobre el pasado y fue increíble porque era tan recta y tan fuerte y creía en sí misma al cien por ciento. Ella tuvo tanta razón toda su vida y de repente todo era diferente.
KM: Entonces fue como un cambio ontológico y fue cuando salió de su casa cuando todo empezó a desmoronarse. Todas estas cosas empezaron a salir del armario tanto literal como emocionalmente y existencialmente.
SF: Sí, todas estas conversaciones se volvieron realmente poderosas cuando ella se estaba mudando, pero realmente comenzaron cuando se estaba quedando ciega.
KM: Es como si, a través de su ceguera, el mundo que había conocido por toda su vida desapareciera y ella recordara lo que nunca supo: lo que estaba sucediendo todo el tiempo y lo que la había mantenido ciega.
SF: El primer cuadro en el que pinté todo de rosa fue un retrato de mi abuela. Se llama Abuela Rosada y no tiene ojos, pero tiene pestañas. Descubrí que mi abuela era una persona rosada sobre un fondo negro. Ella es como una tarta de fresas. Ella es tan dulce. Ella es tan rosada. Como es ella. Pero ella tiene todas estas cosas negras dentro de ella como todos nosotros y puede sentirlo en el lapso de su vida. Creo que el color tiene su propio significado y su propio simbolismo para el pintor. A veces mi azul puede ser negro y, a veces, mi rosa también puede ser negro.
Sylvia Fernández Abuela Rosada 30 x 25 cm. Óleo sobre lienzo, 2017.
Sobre el color y los insectos y los pasteles de cumpleaños.
Originaria de las pinturas de su abuela, la paleta de rosas de Fernández es tan hermosa y tan dulce y tan bonita. Pero luego, a medida que se construye este juego con lo que un color puede contener más allá de su literalidad, está lo abyecto. El objeto. La cosa. Lo que está pintando en realidad. El horror.
Lávate tus dedos comienza inocentemente cuando se presenta a sí misma como la posibilidad de un pastel de cumpleaños. Los tonos son deliciosos: rosas azucarados tanto en el fondo como en primer plano por una banda de ciruela madura. Y, sin embargo: esta ilusión—o desilusión—se derrite rápidamente, ya que lo que podrían haber sido tres velas son en realidad tres dedos que sobresalen de una pila de sus camaradas apachurrados y, el glaseado decorativo que habría rodeado el pastel, está vivo como manchas retorcidas. Todo mezclado en un estado de descomposición de la sacarina.
Sylvia Fernández Lavate tus dedos 72.5 x 62.5 cm. Óleo sobre papel, 2020.
En Nuevos seres, los bellos azules son grandes insectos que se retuercen sobre la cabeza, el cuello, los hombros, la espalda y las orejas con una silueta que no es simplemente una sombra, sino una superficie sólida y unidimensional de la pintura como objeto vivo con la densidad de un ser humano vivo. Los colores infunden vida. La artista explica:
“El color me permite cargar y tomar cualquier monstruo que esté dentro y mostrarlo… El color es un vehículo. Es una fusión entre la oscuridad y la luz. Es muy dulce pero al mismo tiempo puede ser realmente agresivo”.
Hay una liberación en las pinturas de Fernández donde, a través de una confluencia de dualismos, una fusión de la oscuridad y la luz, las separaciones desaparecen. Mientras pinta, la artista relata: “Estoy en otro estado. Estoy en otro lugar. No estoy aquí. Estoy en medio”. Junto al pulso de su proceso, los cuadros respiran de aquí para allá, de aquí para allá y nos sentimos, inexplicablemente, también allí. Dentro de estos mundos pictóricos donde el dinamismo de la creación nunca se detiene, reconocemos y sabemos no con precisión el por qué de cualquier cosa en lo absoluto. Fernández pinta el Unheimliche en el sentido freudiano: nos reconocemos en lo extraño, en lo inexplicable. Siempre existe el regreso al misterio inherente que subyace a toda experiencia humana.
Sylvia Fernández Nuevos seres 42 x 34.5 cm. Óleo sobre lienzo, 2020.
Sylvia me contó la historia de su paleta.
Es una historia tan vívida como la de su abuela; la relación de la artista con su pintura está llena de una sustancia similar.
“Siempre que preparo color”, me dijo, “el color es como un aliado, un aliado de mi proceso. El color se queda conmigo. Y es realmente interesante porque el color tiene su propio proceso en la paleta. Permanece en la paleta; espera en la paleta. Luego pones otro color y luego cambia y eso también lo respeto. En el proceso del color, no digo: Oh, voy a probar un azul profundo. No. Está solo en la paleta. Y de repente se convierte en algo realmente interesante. Tal vez sea gris y permito que esté en mi lienzo porque también está en la paleta”.
Cuando encontré Conversación 3 por primera vez, fue un verdadero encuentro que fue absolutamente inesperado y lleno con la electricidad de un posible conflicto. Fue durante mi proyecto de “siempre en busca de algo importante” [1] en la Art Week México 2020 y, cuando me encontré con Conversación 3 en el stand de la galería del paseo de Lima en el Salón ACME, lo encontré. Finalmente. Después de arrastrar los pies en trilladas el día anterior, mi adrenalina se extasió. ¿Una mujer? ¿Un ser humano? ¿Cabello? Energía que pulsa de la pintura, la pintura que está hecha de cabello y carne (que Sylvia me dijo más tarde que era la capa que se usa en una peluquería) no tiene rostro. No se sabe si la figura es la parte posterior de la cabeza o es un rostro cubierto de cabello. Cabello enmarañado. Exudando a través de mechones para fusionarse con las deliciosas pinceladas de rosas y grises fríos debajo, grises que son parte de los rosas y rosas que son parte de los grises, y uno puede ver, tanto en tono como en estado de ánimo, las relaciones dentro de la paleta. Mientras nuestros ojos escanean a través de la pintura, podemos sentir una atracción gravitacional hacia la densidad de la suntuosa base. Pero el punctum, donde el ojo no puede evitar regresar con una fuerza que desafía la gravedad, es la misteriosa calva en el centro superior. La belleza se erosiona en un estado de repugnancia extática. Como expresó la artista: esta pintura me conquistó, el espectador. Y, como cuando me enamoraba, sucumbí deseosamente. No tuve elección. Y no necesité una respuesta de por qué o qué. Sólo era. Embrujada.
Sylvia Fernández Conversación 3 50 x 40 cm. Óleo sobre lienzo, 2019.
Sylvia me contó la historia de este cuadro hermoso, repulsivo e irresistible que me atrae absolutamente.
Sylvia Fernández: Recuerdo una historia que leí sobre una mujer que estaba en una depresión muy fuerte y, durante seis meses, no se bañó y ni siquiera se lavó el cabello. Finalmente fue a una peluquería y le tomaron una foto del antes y el después. En cierto modo, está hablando metafóricamente del abandono hacia uno mismo de una manera en que tu retrato simplemente se ha ido, ya no estás allí y lo que puedes ver en esta pintura es sólo cabello y la parte inferior es la capa que usas en el estilista.
Karen Moe: Este es un ejemplo interesante de cómo las pinturas se vuelven una aventura para el espectador externo de la aventura que tiene la artista porque vi esta capa como su piel.
SF: Eso es lo que puede hacer la pintura, porque finalmente creé la capa como si fuera piel. Así que también estoy en contacto con el sentimiento que tienes.
KM: Es como si la realidad de la capa fuera el punto de partida.
SF: Sí, y de repente, mi foto está mucho más desordenada que su cabello. La pequeña imagen que vi es sólo un recuerdo. No trabajo a partir de una foto ni nada. Y de repente te estás peinando y estás metido en él. Lo pinté en veinte minutos. Recuerdo que estaba muy conmovida, casi claustrofóbica porque sintiéndome así con alguien detrás del cabello que no podía respirar y no iba a respirar más porque la pintura la iba a mantener en esa etapa. No pude quitarle el cabello y mirarla a la cara. Así que recuerdo haberlo hecho muy rápido. ¿Sabes a lo que me refiero?
KM: Sí, sí, sí. Querías escapar de tu pintura
SF: Escapar de la sensación de claustrofobia. Recuerdo que lo pinté de noche, algo que no suelo hacer porque pinto de día y lo hice y metí mi pincel en el balde y me fui y me metí en mi cama y dije, fuck, me molesta. ¿Por qué te molesta tanto? Creo que me llevó a otro lado. Y comenzó con algo completamente diferente. La imagen de algo que ves realmente se conecta con algo que sientes.
No es necesario pensar demasiado: las conexiones son inevitables.
Conversación 9 es una pintura horripilante. Pero no al principio. Al principio no lo ves. O no lo hice yo de todos modos. Pero cuando lo hice, eso es todo lo que veo.
Sylvia Fernández Conversación 9 300 x 200 cm. Óleo sobre lienzo, 2019.
Un paisaje. Las plantas tropicales se abren en abanico y están rodeadas por un océano del mismo color que el cielo gris. Un sol minúsculo se sumerge en la ambivalencia pintada de se está-poniendo o está-saliendo. Hay una figura que al principio es traslúcida, como un recorte que se llena con lo que hay detrás. Y luego, mi enfoque se tensó. Es un cuerpo, un cadáver de mujer, piernas, ingle, brazo, mano y pies es todo lo que se ve como el torso y cualquier individualidad de un rostro está oculto por helechos. No hay significantes literales de mujer sexuada y, sin embargo, instintivamente sabemos que es así porque esto es lo que sucede tan a menudo: el cuerpo de la mujer encontrado muerto en el bosque. Una vez lujosos, los helechos ahora se revelan como doblados. Sórdido. Despreciable. Narraciones fijas de un conflicto. Cómo llegó el cuerpo allí. Aunque todo lo que sabemos con certeza es que lo es. Allí. Y ya no se puede ocultar.
La piel es el rosa más pálido que emerge de la misma paleta del cielo gris y del mar; podemos ver indicios de ello en el cielo pesado que se sostiene sobre la escena. Esta vez, sin embargo, parece que el rosa se descubrió en el gris y no al contrario, ya que su carne que se disuelve no es más que un eco en la textura pintada del agua y la nube. La unidad habla de inevitabilidad, de que el horror es de alguna manera natural, de la fusión entre el cuerpo de una mujer asesinada y su desaparición. Esto es todo lo que miro ahora. Cuando mi mirada intenta vagar y entrecierro los ojos y trato de aplanar el avión una vez más y luchar contra el momento original cuando no la vi, cuando sólo vi la desaparición en la pintura, mis ojos vuelven a lo que siempre estuvo allí. Como en el mundo desde el que miramos: cadáveres femeninos desaparecidos en los bosques.
“… comienza así”, dijo Sylvia, “pero luego se envuelve política y metafóricamente con otra cosa. Siempre que empiezo a encontrar conexiones, están en todas partes y puedo conectar una o dos, tal vez mediante una idea y una imagen, y de repente comienza una historia y se desarrolla por sí misma. Puede que ya ni siquiera me pertenezca”.
Continuará ...
Sylvia Fernández Plagas 52 x 50 cm. Óleo sobre lienzo, 2020.
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Nota:
[1] Este artículo, Siempre en busca (de algo importante), Semana del Arte de la Ciudad de México 2020, se publicó en la revista White Hot en febrero de 2020.
Sobre la artista:
Statement de Artista
A través y con la pintura existe un dialogo constante, una relación que me permite explorar, intuitivamente a través de la materia, soluciones que ocupan desde lo emocional pictórico hasta seducir fluidamente de manera placentera e íntima con una pintura que evoluciona llegando a imágenes que cuestionan desde los intereses más profundos personales hasta ideas plurales que conviven con nosotros constantemente entrando en territorios universales. Asociaciones permanentes entre ideas e imágenes son parte del proceso que simbólicamente se van entretejiendo para finalmente dejar que el espectador trace su propio camino.
SYLVIA FERNÁNDEZ (Lima, 1978)
Estudió en Escuela Superior Corriente Alterna, graduada con medalla de oro 2002.
Desde entonces viene participando en diversas muestras colectivas e individuales en Lima, Perú y el extranjero. Ha sido finalista en diversos concursos, entre ellos, Pasaporte para un Artista 2004, Fundación Focus Abengoa España 2005, semifinalista BP Portrait Award Londres, 2017. Ha participado en Ferias en el extranjero, entre ellas Arco, Art Fair Cologne etc. Su obra es partede diferentes colecciones aquí y el extranjero. Sylvia Fernández está representada por Galería del Paseo en Lima, Perú.
Sobre la escritura:
Karen Moe es una escritora, artista visual, performer y activista feminista. Su trabajo se enfoca en el género, la violencia sistémica, y la justicia. Ha sido publicada en revistas como Border Crossings, ArtSpace, WhiteHot y Revista192. Es la editora y fundadora de la revista Vigilance: Fierce Feminisms. Karen ha exhibido y actuado en todo Canadá, en los Estados Unidos y en México y su primer libro, Víctima: una manifiesto, se publicaré en 2021. Karen vive en Canadá y en la Ciudad de México.
Sobre el traductor:
Habacuc Morales. Estudiante de enseñanza de español como lengua extranjera. Profesor de lengua italiana, francesa, portuguesa, español y náhuatl, así como traductor de las mismas. Amigo. Escritor. Viajero.
https://www.instagram.com/habacuuc/
Sylvia Fernández no todo es oscuridad aqui dentro. 52 x 50 cm. Óleo sobre lienzo, 2021.